Por Erwin Martinez.
Ni en la mejor avant-première habría imaginado una experiencia tan profundamente vivencial como esta: recorrer en bicicleta 225 kilómetros a lo largo de la Cordillera de los Andes, conectando dos países, cruzando bosques milenarios, lagos cristalinos y pasos fronterizos, con el paisaje como único director de la historia. Desafío impulsado también por las historias y experiencias de mi bien amigo Ronald, quien carga bastantes kms de experiencia en estas actividades.
Durante tres días, pedaleé junto a Cristóbal (alumno recién egresado de la carrera de Gestión en Turismo de INACAP Valdivia, quien representa la nueva generación de agentes de cambios), en un viaje que combinó deporte, descubrimiento y sostenibilidad, sumando un desnivel acumulado de 3.812 metros, ingresando por el Paso Cardenal Samoré (Chile) y saliendo por el Paso Hua Hum, una travesía que une de manera mágica la Región de Los Ríos con la Patagonia argentina, a través de la Ruta de los Siete Lagos Argentina.
El primer tramo del recorrido, que conecta San Martín de los Andes con Villa La Angostura, no solo fue un deleite para los sentidos: fue una declaración de principios. Porque cada kilómetro pedaleado no solo nos acercó a un destino geográfico, sino también a una forma distinta —y urgente— de habitar el mundo: desde el respeto, la lentitud, el mínimo impacto y la máxima conexión.
Hoy, cuando la Unión Europea impulsa con fuerza el Pacto Verde Europeo para alcanzar la neutralidad de carbono al año 2050, y cuando el cambio climático nos exige revisar cómo nos movemos, el cicloturismo emerge como una alternativa real y replicable. No contamina, revitaliza economías locales, reduce la dependencia de combustibles fósiles y promueve experiencias auténticas de intercambio cultural y reconexión con la naturaleza. La bicicleta se convierte así, en más que un medio de transporte: en un puente entre territorios, una herramienta de transformación personal y colectiva.
Con este viaje no solo atravesamos fronteras físicas, sino también las internas: esas que nos invitan a salir de la zona de confort y reencontrarnos con el espíritu de aventura. Me quedo además con el descubrir a otras personas y sus experiencias en el camino, tal como lo fue el encontrarnos con un francés que llevaba 3 meses de recorrido partiendo desde Ushuaia. Qué decir también del turismo en San Martín, el cual pareciera no conocer la temporada baja, que en todas las oportunidades nos sorprende gratamente con sus colores.
Desde los espesos bosques valdivianos hasta los lagos glaciares del Parque Nacional Nahuel Huapi, esta ruta nos recuerda que aún existen formas de viajar con sentido. Que podemos descubrir el mundo sin dejar una huella profunda, y que pedalear también es resistir: al ritmo frenético del turismo masivo, a la desconexión urbana, a la indiferencia ambiental.
Esta travesía no hubiera sido posible sin el apoyo de Volkanica Outdoors, que nos acompañó con equipamiento técnico para todo tipo de condiciones y con la energía indispensable de las comidas Backcountry Cuisine, pensadas especialmente para expediciones exigentes como esta. Cuando cada gramo cuenta y cada bocado suma, se agradece viajar con aliados que conocen de verdad la vida al aire libre. Porque sí, otra movilidad es posible. Y empieza con una decisión tan simple como poderosa: subirse a la bicicleta y dejar que el camino —y la montaña— hablen.